Agosto 11, 2014
La rabia y el miedo no solo son las dos emociones más primarias de los seres
humanos, sino que son también las emociones más evidentes en el imaginario
de los colombianos en la coyuntura actual del país. Rabia de millones de
votantes que después de las reciente elecciones presidenciales se sintieron
perdedores de su propuesta de no-impunidad para los criminales y miedo a un
futuro peor que el presente, aquel manejado por fuerzas subversivas. Rabia, al
otro lado, de quienes ven amenazado el anhelo de paz por la propuesta
militarista-punitiva y miedo de que este país se vuelva a incendiar en las
rabias y rencores históricos de siempre.
Rabia y miedo que generan señalamientos agresivos de ambas partes a tal
punto que en cada señalamiento se ven reflejados unos y otros como idénticos.
Juego de espejos abierto al infinito en que unos y otros arrastran culpas en la
responsabilidad histórica de las heridas que en la guerra se han infligido los
adversarios. Esta es la condición de las culpas compartidas.
Cuando la guerra degrada a los enemigos, se hace infinito el mutuo
señalamiento y se cae en un laberinto que se pliega sobre sí mismo: la salida
es entrada y la entrada salida; el centro es periferia y la periferia centro. La
solución es imposible. Es la condición humana fragmentada que trata de
establecer, en la larga noche de la guerra, las culpas y responsabilidades en
una sola dirección, en un solo culpable y en un solo castigo. Es la rabia y el
miedo que impiden lecturas de corresponsabilidad en las causas de las heridas
que ha dejado la guerra.
Estamos expuestos al peligro de que el miedo y la rabia se conviertan en
pandemia nacional. Miedo y rabias colectivas por no ser capaces de superar la
violencia con la cual hemos tratado de resolver los antagonismos y las
diferencias de intereses en el juego de acumular capitales y condiciones
materiales para satisfacer las necesidades que la vida plantea a los individuos.
Miedo de los que no querrán participar de la legitimidad y la legalidad de las
formas de acceder a la riqueza porque permanecerán como remanente de la
guerra en las fronteras de la ilegalidad. Miedo a un sistema político y social dé
garantías y justicia que no hemos conocido porque la guerra y la indignidad
nos han negado conocer la democracia en plenitud.
La memoria coagulada-vengativa por el pasado violento que hemos sufrido nos
pesa, nos frena y nos encorva, a tal punto que no vemos ninguna luz de
futuro distinto.
Decía la politóloga Hannah Arendt que existen dos grandes tiranos para los
individuos y los pueblos: el pasado y el futuro. Un pasado que nos produce
rabia y un futuro que nos genera miedo.
El pasado se hace dictador de la rabia y el miedo al futuro paraliza. La rabia es
resentimiento, una fuerza emocional conservadora que condena a vivir en
clave de pasado, difícil situación para el advenimiento de la creatividad y de la
innovación. Repetición de lo mismo como en el mito griego de la tragedia,
Prometeo encadenado, Tántalo y Sísifo condenados a repetir eternamente el
ciclo de la vida y la muerte en un solo individuo.
Arendt llegó a proponer que contra la irreversibilidad del pasado era necesario
realizar ejercicios de perdón y contra la imprevisibilidad del futuro era
necesario generar pactos.
Esta propuesta tiene una pertinencia singular en la coyuntura actual del
proceso de paz en Colombia. La paz sostenible pasa primero por procesos de
perdón que desatan lo más sublime de los seres humanos o sea, el lenguaje y
las narrativas de la compasión. Segundo, la paz necesita de pactos o sea del
esfuerzo de recuperar confianza en los otros y en especial en los ofensores.
Desconfiar en el otro es desconfiar de mí mismo. Por paradójico que suene:
confiar en el otro es confiar en mí mismo.
Transitar de pasado-rabia hacia perdón-compasión, y de futuro-miedo hacia
pactos-confianza es la transformación que necesitamos los colombianos para
realizar el salto evolucionario de sociedad de castigo-revancha a sociedad de la
corresponsabilidad-compasión. Es el gran reto y la gran oportunidad histórica
que tenemos. Es la luz que nos permite ver horizontes nuevos, llenos de
progreso, dignidad y libertad.