miércoles, 15 de octubre de 2014

"A los que me amenazan, les ofrezco por anticipado mi perdón"


Palabras del padre Leonel Narváez Gómez a próposito de las amenazas a los defensores de Derechos Humanos en Colombia.

Es paradójico que te amenacen de muerte porque trabajas por el perdón y la reconciliación. Pareciera un crimen atroz reivindicar el derecho a la justicia restaurativa tanto para ofensor como para ofendido reclamando la infinita dignidad  humana que los encarna a los dos.

En ocasiones como estas no puedes dejar de pensar y de vivir en la fe que ha inspirado tu vocación de servicio y fraternidad. A los que me amenazan, les ofrezco por anticipado mi perdón y mi comprensión. ¿Para quién más que para un sacerdote católico pueden cobrar especial fuerza las palabras del Maestro Jesús en la cruz cuando se dirige al Padre diciendo: "Perdónalos porque no saben lo que hacen?”.

Los perdonamos porque entendemos que ustedes no son totalmente responsables de su  equivocación, de su rabia. Alguien en algún lugar les ha infectado su rencor. Ustedes son también víctimas como posiblemente lo seremos también nosotros. Nos une la misma suerte del dolor compartido. Sabemos que les han robado el derecho al amor, pero jamás podrán quitarles el derecho que tienen a la misericordia y a la ternura de un Dios-Padre-Madre que les ama sinfín, más allá de sus fallas y limitaciones. Los perdonamos porque no tenemos miedo a la muerte, mucho más cuando somos hijos de la cruz, llamados a ser ofrenda, corderos que quitan los pecados del mundo.

Ustedes no saben lo que hacen porque las reivindicaciones del respeto a los Derechos Humanos no pararán jamás en el futuro de los pueblos, y porque quienes a hierro matan niegan el futuro de paz para sí mismos y para los suyos; porque las muertes físicas de las personas cuando son violaciones al derecho a la vida, son semillas que encienden más antorchas por la dignidad que las que apagan; porque la verdad de los crímenes demora en constituirse en materia de violaciones a Derechos Humanos, pero no logra ocultarse por siempre. La historia reciente de Colombia así lo muestra.

Los invito a que nos sentemos a conversar. Conversemos primero sobre las armas como el fracaso de la palabra. Pensemos en estos últimos 60 años de historia de Colombia, que son posiblemente los que mejor recordemos. Nos impresionará darnos cuenta que de nada han servido las armas y que somos producto manipulado de economías políticas del odio y de miedo, que nos han infectado otros, por décadas. Y lo peor de todo, nos daremos cuenta que hay  élites en Colombia (de todo tipo) que nos han trasmitido esta infección de rabia y de odio, que inconscientemente seguimos pasando a otros.

Llegaremos a aceptar que las armas reflejan nuestros cerebros arcaicos y cavernarios y, entonces, nos animaremos a hacer esos ascensos históricos y civilizatorios que nos llenan de progreso y de paz.

Segundo: conversaremos sobre lo sublime de la dignidad humana que nos une. El gran Nelson Mandela nos recordará que en mí habitas TÚ y que por tanto debo respetarte y amarte como a mí mismo. En el otro estoy yo y en mi yo habita el otro. Esta suprema dignidad del otro queda superada por cualquier ideología que profesemos. No he dejado de recordar en estos días, al protagonista de la novela “Crimen y Castigo”, Raskolnikov, joven estudiante que consideró que podía quitar la vida de otros para fundamentar sus ideas. El premio de Raskolnikov a su violencia fue el remordimiento sin fin, la trágica crueldad que se vuelve contra el autor de un crimen. He encontrado en las cárceles de Colombia una constante similar a la de Raskolnikov: quien mata a otro ser humano, queda perseguido por la pregunta eterna y angustiante del por qué, cómo y cuándo cayeron en esa tristísima oscuridad del crimen, en el laberinto de la criminalidad compulsiva. Al final, no les queda más que aceptarse como asesinos de sus propias vidas.

Tercero: conversando les comentaré que somos y hemos sido inmensamente ricos al contar, como interés fundamental de vida, con una desproporcionada ambición por la alegría y por el bienestar en dignidad de uno a uno, todos y cada cual de los hermanos que habitamos el planeta. Hemos vivido la vida en la tranquila sensación del servicio, hemos hecho votos de pobreza, de castidad y de obediencia. Hemos sabido compartir secretos oyendo a quienes requieren, como ustedes, confesar los dolores del alma debido al maltrato hacia otros y de otros hacia ustedes. Somos ricos, inmensamente ricos en paz y en agradecimiento de muchos a quienes hemos acompañado en horas de dolor e indigencia.

Hoy, gracias al perdón, nos hemos puesto en paz con Dios y estamos convencidos de que la sangre de muchos como nosotros, tarde o temprano, se convertirá en semilla de paz y felicidad para los colombianos. Les ofrecemos con cariño este evangelio del amor. 


Publicado en la página: http://www.reconciliacioncolombia.com/

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